Es arquitecto, docente e investigador, magíster en Instrumentos para la Valoración y Gestión del Patrimonio Artístico. Este año asumió por segunda vez la presidencia de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación
“No recuerdo desde cuándo me dicen Willy. Creo que solamente me llaman por el nombre cuando no me conocen, y capaz por un tema de respeto, pero rápidamente adoptan el apodo, el diminutivo de William”, dice William Rey Ashfield, mejor conocido como Willy Rey, quien este año asumió por segunda vez la presidencia de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación (había estado en 2007 y 2008).
Arquitecto, docente e investigador, magíster en Instrumentos para la Valoración y Gestión del Patrimonio Artístico, doctor en Historia del Arte y Gestión del Patrimonio Cultural (ambos títulos por la Universidad Pablo de Olavide, de España), Rey también es profesor invitado en universidades en España, Canadá, Francia, Argentina, Paraguay y Perú.
Gestor de áreas patrimoniales e inventarios urbanos, desarrolló actividades en proyectos de interés patrimonial, con la intervención en diferentes edificios declarados monumentos históricos nacionales. Trabajó en la reconversión a hotel del casco de la estancia San Pedro del Timote, en Florida, en la transformación del Molino de Pérez en área de exposición y sede de la Asociación de Pintores y Escultores del Uruguay (APEU), además de efectuar intervenciones y restauraciones en la Quinta de Capurro, en Santa Lucía, y en la Casa Quinta de Aurelio Berro (esta última, junto con el estudio Berthet, Méndez, Taranto).
Es uno de los directores de BMR Producciones Culturales. Creada en 2010, BMR comenzó con la edición de un libro para el Banco República, Tu patrimonio, a partir de la cual Rey y sus socios Nicolas Barriola y Marcos Mendizábal (sociedad a la que luego se sumó Martín Colombo) generaron una empresa de contenidos culturales que en la actualidad abarca desde la publicación de libros y revistas a la realización de videos y la producción de museografía.
También es un gran consumidor de café, un apasionado de la cultura mediterránea y, muy especialmente, de Sevilla, al punto que algunos amigos lo llaman “el sevillano”. Ha perdido la cuenta de la cantidad de veces que ha viajado a Europa, a donde se traslada cada año por su tarea docente. Y, debido a esos viajes, ha vivido 10 años en invierno.
Su apellido materno es Ashfield. ¿De dónde proviene?
De Kent, Inglaterra. Mi bisabuelo llegó a Uruguay para trabajar en la estancia de Arteaga, en Florida. Fue uno de los ingleses que participaron en la mejora de las razas bovina y ovina. No tengo antepasados que se llamen William. El nombre aparece por un gran amigo de mi padre, William Sheppard. Ellos decidieron ponerles a sus segundos hijos, si eran varones, los nombres de cada uno, cruzados. Uno de los hijos de William, Juan Carlos Juca Sheppard, músico del Sexteto Electrónico Moderno, lleva ese nombre por mi padre. Y yo llevo mi nombre por el padre de él.
¿Cómo definiría su relación con España en general y con Sevilla en particular?
A veces pienso que he nacido en España. Tengo una identidad muy fuerte con ese país. Tiene que ver con lo que viví en mis tiempos de estudio en España, aunque siempre tuve una gran inclinación por la cultura y la historia españolas. La que me generó ese amor y ese interés fue más mi madre, Elisa, de origen inglés, que mi padre, de origen español (mis antepasados paternos son gallegos). Mi madre siempre tuvo una simpatía muy grande por España, como país para vivir, por la alegría y la buena actitud de los españoles con los extranjeros. Y eso es como una puerta abierta que uno confirma cuando le toca vivir en el lugar y se va encontrando con gente excepcional y con maneras de ver la vida que, para mí, han sido muy importantes. Por mis recurrentes referencias a Sevilla, muchos amigos me llaman “el sevillano”.
No llegó a hacer el viaje de arquitectura. ¿Por qué?
En parte porque era bastante vago para la venta de rifas y toda la organización que eso implica. En parte también porque ya había estado en Europa y había viajado a Estados Unidos. Y también porque sentía que iba a volver a esos lugares. Y, de hecho, volví muchísimas veces.
Viaja seguido a Europa.
Entre ida y vuelta he superado los 50 cruces del Atlántico. Estudié en Sevilla, hice mi maestría y mi doctorado allí, en la Universidad Pablo de Olavide, donde soy profesor invitado. Después se abrieron otras universidades, como la Politécnica de Madrid, con la cual tengo una muy estrecha relación y doy clases hace cuatro años, cursos de posgrado en el área de patrimonio y de historia del arte. Durante un tiempo tuve una novia española y eso me hacía concentrar más tiempos del verano, que es cuando bajaba el trabajo como arquitecto en Montevideo, y a su vez bajaba el trabajo en la universidad, y entonces pasaba los inviernos de allá. Viví 10 años en invierno. No fue una experiencia traumática porque no amo para nada el calor. Además, era el invierno en Sevilla, que no es para nada frío. Los veranos sí son tremendos.
¿En qué se reconoce uruguayo?
En el tener cierta ponderación frente a las situaciones extremas. En general los uruguayos hemos dado buena muestra de cómo vivir con recato, con cuidado, los momentos difíciles, como el 2002 o como este que estamos viviendo. Creo que ahí hay algo que forma parte de la idiosincrasia uruguaya y que lo diferencia mucho de sus vecinos.
¿Cómo definiría Uruguay a un extranjero?
Si empezara por lo bueno, como un país avanzado y desarrollado en términos sociales. Más allá de que nos quejemos, porque hay temas que todavía nos faltan en materia de integración de sus distintos sectores. La escuela, el liceo, la universidad y el deporte han operado muy bien en esa integración. Creo que hay sociedades en América Latina que están muy lejos de tener esa capacidad de integración de sus distintas partes. En esto Uruguay se parece mucho a países europeos. Lo último que diría es que es un paisito, término que es manifestación de un sentimiento que no entiendo mucho, primero porque no es un país chico, es más grande que muchos países europeos, y tiene una capacidad de recursos naturales y humanos enorme, además de una ausencia muy grande de todos los fenómenos climáticos y sísmicos que generalmente hacen complejo a un país. Cuando estoy en el exterior y tengo que hablar de lo bueno del Uruguay destaco la capacidad de producir arte, literatura, historiografía e investigación.
Segunda vez en la presidencia de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación. ¿Qué lo llevó a aceptar la propuesta de volver?
La primera vez fue un poco por la renuncia del presidente, en aquel entonces Manuel Esmoris. Estuve dos años, 2007 y 2008. Me fui por discrepancias con la ministra del momento, María Simón. Volví para ver qué podemos hacer en este período. Casi nunca tengo una posición de tipo partidario en esta materia, sino una posición fuertemente disciplinar. Me importa la cuestión patrimonial y me enfrento a todo aquel que creo que está haciendo las cosas mal en esta materia y aplaudo a todo aquel que lo está haciendo bien, sin importar de qué partido sean.
¿Cuáles considera que son sus propósitos fundamentales en esta nueva etapa al frente de la comisión?
El primero de todos, sin duda, es lograr una nueva ley de patrimonio, que le dé actualidad al tratamiento y los nuevos conceptos que hay sobre patrimonio. Esa ley va a ahondar en una nueva institucionalidad, es decir, que ya no sea una comisión asesora sino un instituto del patrimonio que involucre no solo tareas fiscales y de control, que es un poco lo que hace la comisión hasta hoy, sino también una acción propositiva: desarrollar proyectos de referencia, ya sea en intervenciones edilicias, trabajos de carácter arqueológico y labores de restauración. La intención es mostrar tarea, obra realizada, como una referencia a la sociedad. También me importa seguir trabajando en una calificación de los técnicos de los departamentos y, finalmente, llevar a cabo una tarea de divulgación del patrimonio, que también creo que es un debe. Algunas actividades, como el Día del Patrimonio, han dejado la huella de que es importante realizar tareas de divulgación.
¿Cuál cree que es el crimen más grande que se ha cometido en Uruguay dentro de lo patrimonial?
Si respondiera por un caso estaría cometiendo una injusticia. Creo que uno puede identificar a lo largo de la historia una cantidad enorme de crímenes en la esfera patrimonial. La palabra crimen tiene un problema: automáticamente pone a los autores de ese acto en el papel de delincuentes. Una persona tan interesada por la historia de la arquitectura como lo fue Aurelio Lucchini hizo algunos informes habilitando demoliciones. Pero lo que sucede es que, en esa época, la visión del patrimonio tenía un marco, que no es el mismo marco que tiene hoy. Entre medio hubo otros marcos. El concepto de patrimonio es dinámico. Y es probable que muchas de las cosas que yo decida en este período sean muy criticadas dentro de 10 años. Debemos tener cuidado en juzgar a quienes toman decisiones en esta materia y tratar de entenderlos antes que juzgarlos. Por supuesto que hay decisiones que van en contra de la manera de ver el patrimonio en el momento en el que esas decisiones se toman. Por ejemplo, creo que fue un crimen reciente la demolición del Cilindro Municipal. Se produjo en un tiempo en el que tenemos muy claro que era un bien patrimonial y arquitectónicamente un ejemplo singular y excepcional y, sin embargo, se decidió demolerlo por una razón inexplicable que, para mí, tiene un fuerte componente ideológico. Ese contenido ideológico tiene que ver con sucesos que allí tuvieron lugar en tiempos de la dictadura. Lo que habría que haber hecho es transformarlo en un lugar de memoria en vez de destruirlo. Me impresionó mucho ver cómo las autoridades se reunieron para ver y aplaudir la destrucción de un bien de referencia para la arquitectura mundial, hecho por un técnico de primera línea como fue Leonel Viera, que no fue ingeniero, pero tenía el conocimiento de muchos ingenieros juntos. Generar una tribuna para observar el espectáculo de la implosión fue en sí mismo un espectáculo de circo realmente espantoso, un circo de tinieblas, diría yo.
¿En qué se reconoce negado?
En el campo tecnológico. Manejo los instrumentos necesarios y suficientes para vivir en el mundo contemporáneo. Pero no disfruto con la tecnología como pueden hacerlo mi socio o mis hijos, por ejemplo. Algo que expresa muy bien esto es que el grupo de WhatsApp que tengo con mis hijos se llama El Antiguo, en honor a mí, aunque también refiere a mi vínculo con la historia, con una parte de mi ser que tiene modalidades un tanto anacrónicas, podríamos decir. En mi estudio se trabajaba con el Autocad, pero no era yo el que lo usaba. Mi hijo se ríe y se enoja porque nunca uso banking, siempre voy al banco.
¿A quiénes considera sus maestros?
A Alberto Methol Ferré en el campo del pensamiento, y a Miguel Cecilio en el campo del ejercicio profesional y el compromiso social. Son personas con las que tuve una relación directa e incidieron mucho en mi forma de pensar. Podría hablar de muchos otros a quienes no conocí, pero que son referentes importantes en mi vida.
¿Qué es lo que le interesa tanto de los clásicos antiguos?
En general soy lector de los clásicos que están muy en consonancia con un curso que doy sobre arte antiguo, porque muchos incidieron en el arte de los siglos XV, XVI y XVII y son la clave para entender ciertas iconografías en la obra de artistas como Diego Velázquez, por ejemplo. Gran parte de las claves de sus pinturas se encuentra en textos antiguos como Las metamorfosis, de Ovidio. A los clásicos los llamamos así por la palabra classici, que indica una separación: son autores separados, particularmente señalados por su jerarquía y su valor, que a su vez conecta con las clases sociales en el mundo romano antiguo. Pero el clásico tiene una riqueza muy grande no solo por lo que ha escrito, entendido en su contexto, sino por las múltiples interpretaciones que se le han incorporado. El clásico vale por lo que se dijo específicamente y por todo lo que se agregó en términos de interpretación. Al patrimonio material le pasa un poco lo mismo. Un bien patrimonial antiguo vale como objeto de ese momento histórico, pero muchas veces ha sido intervenido en otros tiempos y esas intervenciones son tan importantes y ricas como el objeto al final. Por eso debemos tener mucho cuidado cuando operamos sobre un bien patrimonial. Hay una pátina del tiempo que se adhiere al bien y lo enriquece. Con los clásicos pasa lo mismo. Hoy leemos a Ovidio y no solo a él sino a todos los que lo leyeron y escribieron sobre él. Es un poco la clave de Pierre Menard, autor del Quijote, de Borges. Menard escribe un Quijote igualito al de Cervantes pero no es igual: el de Cervantes tiene 400 años y este tiene apenas unos meses.
¿Cuál cree que es la calle más bonita de Montevideo?
Santiago Vázquez, la que cruza avenida Brasil, que va de Cavia a Pereira, es una calle que me gusta muchísimo. Tiene una enorme unidad paisajística urbana, y una enorme variedad de presencias arquitectónicas, ninguna extremadamente sobresaliente pero todas de muy buena calidad que, en la variedad, paradójicamente generan unidad.
Montevideo Portal – Por Juan Andrés Ferreira